Trescientos años, un suspiro…
FEIJOO
Y EL CONTRABANDO
Historia e historietas de los días de Yago Valtrueno

El benedictino Feijoo se convirtió
en un defensor de la Razón, de la Ilustración francesa y del intercambio de
ideas. Tanto lo estimaban los déspotas ilustrados, que Fernando VI prohibió por
decreto –¡Valiente paradoja!– que fuera criticado de ningún modo. Hay que
reconocerle al Feijoo de entonces que sí sabía elegir sus amistades…
Yago Valtrueno recuerda en sus
memorias la admiración de don Gaspar, su tutor, por el muy racional Feijoo. El
librero lo cita para que su pupilo reniegue de su fe en trasgos y diaños:
«Muchos
años y lecturas después [recuerda Yago], encontré un argumento que hubiera
desbaratado los de mi maestro. Feijoo no creería en duendes, pero sí creía en
el hombre anfibio de Liérganes. No sé qué es peor.»
Nada humano escapaba al afán
enciclopédico de Feijoo y a su lealtad al pensamiento racional. Una de sus Cartas eruditas y curiosas está, por
ejemplo, dedicada a la conservación del tabaco en polvo:
«El guardar mucho
tiempo el Tabaco, no le mejora (…) si la custodia de él no es mucho más
estrecha que la de reos de pena capital (…) entre aquellos sutiles corpúsculos,
hallándose encarcelados, se excita una especie de fermentación con que se
exalta más el olor»
La conservación del tabaco no era,
por entonces, un asunto de poca monta. Aspirar tabaco tenía categoría de vicio
capital al que no escapaban ni rey ni Roque. La Monarquía era la que acaparaba,
manufacturaba y vendía en exclusiva el tabaco que llegaba de Indias. Con la
excepción de Fernando VI, que según Yago, «prefería la peor de las diplomacias
a la mejor de las guerras», los Borbones del Siglo de las Luces fueron monarcas
belicosos. Con cada declaración de guerra, el precio del tabaco –y el de otros
monopolios, naipes incluidos– subía para hacer frente a los gastos bélicos. Como
antídoto, ya fuere a través de Gibraltar, de puertos franceses, ingleses y
holandeses o de navíos ultramarinos con fletes no declarados, los fardos de
labores indianas colmaban las ávidas napias de los inhaladores hispánicos de
tabaco en polvo.

De todo aquel contrabando galaico, el de
tabaco no era como humo liviano que se esfumara con un soplido. Otro ilustrado, Juan
de Iriarte, resumía así la afición de los gallegos por el tabaco en polvo:
Más
contribuyen al Rey
Con la
nariz los gallegos
Que los
demás españoles
Juntos
con todo su cuerpo.
Y, sin embargo, estudios actuales
concluyen que el consumo de tabaco en la Galicia dieciochesca estaba por debajo
de la media española. Quizá se deba a que esos trabajos toman como referencia las
cuentas de la Real Renta de Tabacos –el monopolio de la Corona– y eluden el
desconocido –por razones obvias– impacto del contrabando.
De hacer caso a los estudios
mencionados, obispos, abades, hidalgos y mercaderes monopolizaron, como
reyezuelos, aquel matute, convirtiéndose, a ojos de sus parroquianos, en
benefactores locales. No pocos funcionarios prefirieron medrar a la negra
sombra de aquellos oscuros emprendedores que a la del rey, más alargada, pero
difuminada en la distancia.
Llegado el siglo a su fin, unos
cuantos de aquellos filántropos defraudadores
ascendieron a corsarios rapaces y, a mayores, a prósperos traficantes de
negros para los ingenios de Cuba. Hablamos de Historia, y no de historietas, al
recordar que, desde Finisterre hasta Creus, no pocos blasones se labraron a
golpe de látigo.
¡ALBRICIAS!: damos la bienvenida a LA PAPELERA FERROLANA al grupo de librerías que ponen a vuestra disposición El viento de mis velas (Peripecias de un empedernido bebedor de café en el Reino de Galicia). La Papelera se ha unido esta semana a las tiendas de libros coruñesas en las que ya estábamos presentes: Arenas, Fnac, Nova Colón, Maside, Molist, Cascanueces, Xiada, Couceiro y Lume. También nos felicitamos porque la Biblioteca de Estudios Locales (Durán Loriga, 10-Coruña), de la red de bibliotecas municipales de Coruña, haya adquirido varios ejemplares de la novela para sus fondos. Muchas gracias por tanto apoyo e interés.