viernes, 5 de diciembre de 2014

LOS ENEMIGOS DE EL ZORRO (y 2)



 
Me gustaría que te quedase clara la extensión del imperio ultramarino español en Norteamérica ya en su crepúsculo, a finales del siglo de Yago Valtrueno, el protagonista de El viento de mis velas. Para ello, lo mejor es que mires con atención el mapa que abre este artículo. Todo lo que ves en rojo formaba parte del virreinato de Nueva España, desde Puerto Rico hasta las Filipinas. Una de las zonas administrativas del virreinato eran las llamadas Provincias Internas, de cuya guarda se encargaban los dragones de cuera. La distinguirás mejor en un detalle del mapa.


 
También observarás un punto rojo en el ángulo noroccidental, en Vancouver, hoy territorio de Canadá. Ese lugar es la isla de Nutka, donde se estableció el más norteño de los enclaves españoles en el Pacífico: Santa Cruz de Nuca. Lo protegía un fuerte guarnecido por la Compañía Franca de Voluntarios de Cataluña, resultante de la fusión de esta fuerza colonial con sus paisanos de los Fusileros de Montaña. Aparte de controlar el intenso tráfico de pieles y de balleneros en la zona, estos soldados vigilaban a las avanzadillas rusas que entraban desde Alaska. Si alguna vez pensaste que los únicos enemigos de España en el XVIII eran los británicos y sus aliados de ocasión, empieza a añadir a esa lista a los apaches, cheyennes, comanches y demás familia piel roja y, en el extremo norte, a los hijos de la Madre Rusia.

Eso dará para otra historia, pero ahora regresemos del frío a los tórridos desiertos y llanos del sur de los Estados Unidos. Los dragones de cuera soportaban allá el calor, el polvo y las emboscadas de las bandas indias bajo sus gruesos tabardos de piel y las chupas -azules con vivos encarnados- de paño basto. Su acuartelamiento -su lugar a la sombra- eran los presidios, no entendidos como cárceles, sino como fortificaciones avanzadas que formaban una extensa red defensiva. De ahí que los dragones sean también conocidos como caballería presidial.

El origen de esta cadena de castros estuvo en la revuelta de los indios pueblo de 1680, una de las más violentas registradas en la América colonial española. Un buen ejemplo de este tipo de edificio castrense es el fuerte de Tubac, el primer asentamiento europeo en Arizona, muy cerca de Tucson.


 

Dichos fuertes se levantaban, generalmente, junto a una misión o un enclave civil, a los que protegían de las algaras indias. Pero la misión cotidiana de las fuerzas destinadas en ellos era la de patrullar amplias zonas de Texas, Nuevo México o Arizona y, desde luego, las de perseguir y castigar a las partidas de merodeadores.

Los dragones de cuera y sus presidios recuerdan  a la organización militar del Bajo Imperio Romano, ya próximo a su fin. Fuerzas de limitanei ligeras patrullaban el limes, la frontera, y contenían a los bárbaros, a la espera del concurso de los comitatenses, ejércitos de campo mejor adiestrados y bien armados que eran proporcionales, en este caso, a la infantería regular española.

A cada presidio se destinaba una compañía de dragones, todos voluntarios, pero alistados por un período de diez años; en teoría, alrededor de noventa hombres al mando de un capitán. La muestra de que esto no se cumplía era que, en 1764, las Provincias Interiores tenían veintitrés compañías con un total de 1271 dragones, ochocientos menos de los reglamentarios.

Cada cuera tenía a su cargo una mula, un potro y seis caballos, uno de ellos siempre ensillado. De las armas ya te hablé en la anterior entrada: escopeta, pistolas, espada de hoja ancha, lanza y escudo, ya fuese la adarga de inspiración moruna o la rodela, ambas de cuero. Algunos de estos soldados coloniales emplearon también el arco y las flechas propios de sus enemigos.

¿Y de estos, de sus enemigos, qué? Los conoces de sobra, los has visto en tantas y tantas películas, luchando contra soldados y colonos anglosajones cien años después. Y, sin embargo, los dragones de cuera ya se las vieron, y del modo más crudo, con apaches, comanches -los más belicosos-, cheyennes, navajos, chiricauas, mescaleros, mimbreños, jicarillas, ponis, hopis y wichitas, entre otros.


 
En las llanuras fronterizas no se luchaba como en Europa, en formaciones cerradas en las que se abrían grandes claros por efecto de cadenciosas descargas de artillería y fusilería, y en las que los hombres caían como bolos derribados. Los indios eran expertos en la guerra de guerrillas, así que los presidiales tuvieron que adaptarse a ella. Al fin y al cabo, muchos eran tan nativos como los propios pieles rojas.

Uno de los mejores ejemplos del origen netamente americano de los cuera, ya fuesen criollos, mulatos, mestizos o indios, fue Juan Bautista de Anza, militar novohispano nacido en Sonora, pero de ascendientes vascos. Su padre, también militar, murió peleando contra los apaches. Anza exploró varias rutas desde el sur hacia la Alta California hasta que dio con un camino seguro para la colonización. Fue él quien eligió el lugar donde se fundaría San Francisco. Consiguió también derrotar al mayor de los jefes comanches, Cuerno Verde, y detener así sus razzias, algunas muy sangrientas.


 
Si quieres saber más sobre los dragones de cuera, te recomiendo unas lecturas. La primera, el libro Banderas lejanas, de Fernando Martínez Láinez y Carlos Canales Torres, editado por EDAF. Y, a mayores, un par de libritos militares de Osprey Publishing: The Spanish Army in North America 1700-1793 y Spanish Colonial Fortifications.




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