lunes, 29 de diciembre de 2014

"¡VETE A LEER!" ES AHORA 

UN INSULTO


 

No lo niego: me encanta tirarme a un charco y meterme en jardines y berenjenales; aunque luego me arrepienta, que me arrepiento. Me pasa mucho en Twitter y Facebook; el otro día se lo explicaba a otro internauta, aunque puede que con un exceso de colorido (si eres de estómago sensible o si no son horas, no leas el entrecomillado): "Me encanta escupir en la Red; al momento se me pasa y piso el gapo". Quería decirle a mi interlocutor que, cuando recupero la compostura, suelo borrar lo que, más que una entrada, ha sido una salida a destiempo.

Los peores días para enjardinarme son los de fiesta, allá a la altura de la sobremesa. No te extrañe que les pida por favor a mis parientes y amistades que me escondan el móvil en Navidad, Nochevieja y fiestas de guardar. El caso es que ayer -Día de los Inocentes, ¡ole!- me enjardiné (y lo que te rondaré, morena).

Ya te he hablado en otra entrada de lo que el Ministerio de Economía, a través de uno de sus organismos -la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC)-, quiere hacer con Sálvame, el programa de Telecinco.
http://vientodemisvelas.blogspot.com.es/2014/12/rajoy-escucha-salvame-esta-en-la-lucha.html

La CNMC ha comenzado a hostigarlo a través de expedientes y multas para que cambie su estilo o, finalmente, cierre. El argumento es la defensa de la infancia; a mí, me suena a censura. Y en todo caso, como si ese fuera el mayor de los problemas que debe afrontar tan delicado ministerio; no tendrá Guindos otras cosas en qué ocuparse. Aparte, me parece un flaco favor político a su jefe, aunque imagino que el presidente lo sabrá y estará de acuerdo: ¿Qué piensa hacer Rajoy con 1.800.000 votantes ahora entretenidos si calla a Jorge Javier y los suyos? Te aclaro que esa cifra es la audiencia media del programa en su versión de tarde.

Pues bien, estaba yo haciendo zapping después de la comida de Inocentes, buscando una TV movie que nos ayudará -como si hiciera falta- a conciliar la siesta, cuando apareció una promo de Sálvame con el lema que arriba te muestro. Ni corto ni perezoso, mandé un tuit con la portada de mi sátira "Sálvame: la telebasura como autoayuda". Por provocar y manifestarme en contra de cualquier tipo de censura, más que nada: "Si los padres quieren canguros, que los paguen. La TV es otra cosa". ¡Con un par y sin paracaídas! La consecuencia de ello se resume en ir por lana y salir trasquilado.

Casi de inmediato, una hooligan telecinquera, forofa de Sálvame y seguidora devota de Kiko Hernández -hay gente egoísta que lo quiere todo para ella-, me escupe: "¡Vete a leer y no molestes!". Me desvelé ahí mismo. Procurando reenviar al cerebro la sangre que, tras el postre, había bajado al estómago, intenté desentrañar las connotaciones de tan radical sentencia. Pa'berme dao un corte de digestión.

Al principio me sonó a consejo necesario: duerme y calla, que no son horas. No le faltaba razón, me estuvo bien empleado. Luego creí que su intención era la de promocionar los libros de Jorge Javier y de la Esteban. Pero finalmente, cuando el riego me volvió a la sesera, entendí que me insultaba. Mi primera reacción fue la de responder, pero ya había recuperado niveles aceptables de consciencia como para no cometer más insensateces. A continuación me dio por pensar que las acusaciones de la CNMC son muy injustas; aquella forofa estaba demostrando que el programa y sus espectadores no son homófobos (no me mandó "a tomar por culo"); no son sexistas (pudo haberme mandado "al carajo"); y no son escatológicos (no me envió "a la mierda"). No señor, me mandó a leer, que para ella debe de ser el sumun del desprecio. También lo era en mi adolescencia; lo sé porque yo leía entonces (y más que ahora), así que concluí que se trataba de otro de esos adultos que se quedaron anclados en la edad del pavo.

Entonces caí en la cuenta: si ella parecía anclada, ¿qué hacía yo a su vera, remoloneando entre naves sin velas?... Y como les temo a los hooligans, ya sean de la tele, de los vídeos de gatitos o de los maratones, más que a un nublao, borré el tuit y aquí paz y después gloria. No me llames cobarde; vivo frente a una ría preciosa y he aprendido de las muchas aves que pululan por ella que escapar volando es inteligente y estético.

Al no poder recuperar el tuit (lo he intentado, pero ese no aparece), he vuelto a la página de la integrista televisiva y me he traído otro muy similar. Este no es un disparo certero, sino uno de postas para todos sus críticos. Lo he sacado de márgenes para que te hagas una idea fiel de su estridencia:




El caso es que no hay mal que por bien no venga si uno sabe administrarse. Así que, al final, esta hooligan de Sálvame me ha regalado una forma inmejorable de felicitarte el Año Nuevo y de enviarte un cordial deseo: 
¡Anda y vete a leer en 2015, cobarrrrde de la pradera! ¡Y que leas mucho, fiiiistro diodenal! ¡Jaaaaarrlll!




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martes, 9 de diciembre de 2014

MI PRIMERA RESEÑA, ¡CHISPAS!



Me gusta mucho esta parte de administrar un blog, que es la de dar las gracias. Uno agradece los regalos que le ofrecen, y una reseña en otra bitácora digital, una opinión en Amazon, un retuit, un "Me gusta" en tu página de Facebook, son regalos. Y es menester dar las gracias por cada uno de ellos.

Hoy le toca a NThelma García y a su blog El Escritorio del Búho. No me queda otra después de que ella me haya obsequiado con la primera reseña de El viento de mis velas:



Digo que es mi primera reseña, pero aclaro que me refiero a la novela en formato e-book. La primera de todas, cuando presentamos el libro impreso, fue una firmada por el periodista Ezequiel Pérez Montes en El Ideal Gallego:


"Apasionante novela histórica (...) No desmerecería ante un Guzmán de Alfarache o una Vida del escudero Marcos Obregón (...) Serviría para confeccionar el guión de una extraordinaria película (...) En suma, una delicia de novela."


Es el primer pago que recibe uno por su esfuerzo. No, espera, no es verdad; el primero es tener en las manos el libro recién salido de imprenta y meter la cara en sus páginas para oler el papel nuevo y la tinta casi fresca. Luego, a veces -no siempre-, vienen los otros. Hoy no me voy a extender, sólo quiero agradecer a Thelma su atención y dejar aquí unos fragmentos de su crítica:

"Sí, en el llamado Siglo de las Luces, donde la duda será el método mas correcto para llegar a la verdad, es donde aparece un personaje muy singular, Yago Valtrueno, un cínico, un vividor de lo más irreverente, quien va contando sus aventuras, sus peripecias en La Coruña, España, de una manera totalmente hilarante.
La manera de contar la historia de Valtrueno por parte de José Juan Picos Freire es de lo más divertida, porque el cinismo, la sátira, la crudeza e incluso la amargura para contar sus aventuras, podría aplicarse sin problema al mundo actual.
El género de ficción histórica suele ser muy interesante, pero por lo regular suele ser mas serio, pero el autor en este libro, consigue hacer una novela ágil, divertida, mostrando un conocimiento amplio de la historia de La Coruña (...) Yago Valtrueno, entre café y café, nos deja un sabor agridulce al reconocer en muchos de sus comentarios acerca de una ciudad en el siglo XVIII, una certeza brutal, de que muchas cosas y no precisamente buenas parecen haberse detenido en el tiempo, llegando hasta nuestra era moderna."

Muchas gracias a Thelma y El Escritorio del Búho y muchas gracias a ti por leer estos párrafos.



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viernes, 5 de diciembre de 2014

LOS ENEMIGOS DE EL ZORRO (y 2)



 
Me gustaría que te quedase clara la extensión del imperio ultramarino español en Norteamérica ya en su crepúsculo, a finales del siglo de Yago Valtrueno, el protagonista de El viento de mis velas. Para ello, lo mejor es que mires con atención el mapa que abre este artículo. Todo lo que ves en rojo formaba parte del virreinato de Nueva España, desde Puerto Rico hasta las Filipinas. Una de las zonas administrativas del virreinato eran las llamadas Provincias Internas, de cuya guarda se encargaban los dragones de cuera. La distinguirás mejor en un detalle del mapa.


 
También observarás un punto rojo en el ángulo noroccidental, en Vancouver, hoy territorio de Canadá. Ese lugar es la isla de Nutka, donde se estableció el más norteño de los enclaves españoles en el Pacífico: Santa Cruz de Nuca. Lo protegía un fuerte guarnecido por la Compañía Franca de Voluntarios de Cataluña, resultante de la fusión de esta fuerza colonial con sus paisanos de los Fusileros de Montaña. Aparte de controlar el intenso tráfico de pieles y de balleneros en la zona, estos soldados vigilaban a las avanzadillas rusas que entraban desde Alaska. Si alguna vez pensaste que los únicos enemigos de España en el XVIII eran los británicos y sus aliados de ocasión, empieza a añadir a esa lista a los apaches, cheyennes, comanches y demás familia piel roja y, en el extremo norte, a los hijos de la Madre Rusia.

Eso dará para otra historia, pero ahora regresemos del frío a los tórridos desiertos y llanos del sur de los Estados Unidos. Los dragones de cuera soportaban allá el calor, el polvo y las emboscadas de las bandas indias bajo sus gruesos tabardos de piel y las chupas -azules con vivos encarnados- de paño basto. Su acuartelamiento -su lugar a la sombra- eran los presidios, no entendidos como cárceles, sino como fortificaciones avanzadas que formaban una extensa red defensiva. De ahí que los dragones sean también conocidos como caballería presidial.

El origen de esta cadena de castros estuvo en la revuelta de los indios pueblo de 1680, una de las más violentas registradas en la América colonial española. Un buen ejemplo de este tipo de edificio castrense es el fuerte de Tubac, el primer asentamiento europeo en Arizona, muy cerca de Tucson.


 

Dichos fuertes se levantaban, generalmente, junto a una misión o un enclave civil, a los que protegían de las algaras indias. Pero la misión cotidiana de las fuerzas destinadas en ellos era la de patrullar amplias zonas de Texas, Nuevo México o Arizona y, desde luego, las de perseguir y castigar a las partidas de merodeadores.

Los dragones de cuera y sus presidios recuerdan  a la organización militar del Bajo Imperio Romano, ya próximo a su fin. Fuerzas de limitanei ligeras patrullaban el limes, la frontera, y contenían a los bárbaros, a la espera del concurso de los comitatenses, ejércitos de campo mejor adiestrados y bien armados que eran proporcionales, en este caso, a la infantería regular española.

A cada presidio se destinaba una compañía de dragones, todos voluntarios, pero alistados por un período de diez años; en teoría, alrededor de noventa hombres al mando de un capitán. La muestra de que esto no se cumplía era que, en 1764, las Provincias Interiores tenían veintitrés compañías con un total de 1271 dragones, ochocientos menos de los reglamentarios.

Cada cuera tenía a su cargo una mula, un potro y seis caballos, uno de ellos siempre ensillado. De las armas ya te hablé en la anterior entrada: escopeta, pistolas, espada de hoja ancha, lanza y escudo, ya fuese la adarga de inspiración moruna o la rodela, ambas de cuero. Algunos de estos soldados coloniales emplearon también el arco y las flechas propios de sus enemigos.

¿Y de estos, de sus enemigos, qué? Los conoces de sobra, los has visto en tantas y tantas películas, luchando contra soldados y colonos anglosajones cien años después. Y, sin embargo, los dragones de cuera ya se las vieron, y del modo más crudo, con apaches, comanches -los más belicosos-, cheyennes, navajos, chiricauas, mescaleros, mimbreños, jicarillas, ponis, hopis y wichitas, entre otros.


 
En las llanuras fronterizas no se luchaba como en Europa, en formaciones cerradas en las que se abrían grandes claros por efecto de cadenciosas descargas de artillería y fusilería, y en las que los hombres caían como bolos derribados. Los indios eran expertos en la guerra de guerrillas, así que los presidiales tuvieron que adaptarse a ella. Al fin y al cabo, muchos eran tan nativos como los propios pieles rojas.

Uno de los mejores ejemplos del origen netamente americano de los cuera, ya fuesen criollos, mulatos, mestizos o indios, fue Juan Bautista de Anza, militar novohispano nacido en Sonora, pero de ascendientes vascos. Su padre, también militar, murió peleando contra los apaches. Anza exploró varias rutas desde el sur hacia la Alta California hasta que dio con un camino seguro para la colonización. Fue él quien eligió el lugar donde se fundaría San Francisco. Consiguió también derrotar al mayor de los jefes comanches, Cuerno Verde, y detener así sus razzias, algunas muy sangrientas.


 
Si quieres saber más sobre los dragones de cuera, te recomiendo unas lecturas. La primera, el libro Banderas lejanas, de Fernando Martínez Láinez y Carlos Canales Torres, editado por EDAF. Y, a mayores, un par de libritos militares de Osprey Publishing: The Spanish Army in North America 1700-1793 y Spanish Colonial Fortifications.




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martes, 2 de diciembre de 2014

LOS ENEMIGOS DE EL ZORRO (1)


 
Fucking spaniards!, aúlla una jauría de altos ejecutivos telefónicos de Europa, Asia y América en un anuncio que corre en estos días prenavideños por las televisiones. Fucking spaniards! se desgañitan los CEOS caucásicos y mongoloides porque una empresa española ataca sus beneficios con un móvil que no está mal (toco madera). Fucking spaniards! gritan encorajinados en esa lengua de perreros de La Pérfida Albión, lupanar flotante de la Mar Océana, madriguera de una reina, Isabel Tudor, que no fue tal, sino un mocito de Bisley (Surrey) con los machos muy atados, para que no se notara el cambio. Así lo cuenta Bram Stoker, el padre de Drácula, en un libro sobre engaños históricos. Por cierto, la traducción biensonante no es la de los doblajes horteras: ¡Jodidos españoles!, sino ¡Putos españoles! Así lo aprendí yo.

¿Y todo esto a qué viene? Pues a que me ha encantado el uso adecuado de ese arcaísmo inglés por parte de la agencia publicitaria. Spaniards somos los nacidos en España, aunque nimbados con el aura imperial, con todo lo que ello acarrea, incluido el tufillo despectivo. Hoy, más que nunca, esa palabra se tonifica para distinguir a los españoles/spaniards de los hispanos/spanish, los nuevos conquistadores de América del Norte. Me contaba el otro día un emigrante gallego que donde él vive, en Detroit, es obligatoria la enseñanza del castellano en la educación pública. Hablamos de la frontera con Canadá, allá donde Cristo perdió el smartphone; en realidad no lo perdió: le mandó un guasap a su padre -"x q´ m has abndonado?"- y, como no recibió respuesta, lo tiró al lago Michigan.


 Quizá te preguntes si me estaré enjardinando, y más si te cuento que quiero cumplir un compromiso: contarte de una vez las aventuras de las milicias de la Monarquía Hispánica en el Salvaje Oeste, allá por los tiempos de Yago Valtrueno, protagonista de El viento de mis velas. Pues no, no me he perdido. En esta entrada te hablaré de los más llamativos de todos aquellos pioneros, los dragones de cuera, enemigos de El Zorro. Como lo oyes.

Básicamente, eso era el sargento García, torpe adversario del héroe y caricatura de aquellos soldados que lucharon contra cheyennes, pawnies y apaches, entre otras muchas tribus. El autor de la novela, Johnston McCulley, y los guionistas posteriores crearon un universo de spaniards malvados, como el pérfido y castizo comandante Monasterio, nacido en Madrid; y de spanish caballerescos, criollos dados a luz en América, como Diego de la Vega.

Pues bien, aunque podamos pensar lo contrario, la mayoría, por no decir el total, de aquellos soldados que defendieron la frontera norte del Imperio español en América también eran spanish: criollos blancos e hijos de esclavos negros más o menos desleídos, además de mestizos e indios. Si te paras a pensarlo, una hueste bastante parecida a las tropas que hoy quieren imponer la Pax Americana por el mundo adelante: rednecks, afroamericanos e hispanos. Gente de sangre fronteriza para defender las fronteras imperiales.

Hace tres siglos no era empresa menuda. El virreinato de Nueva España administraba -peor que mejor, dado su colosal tamaño- un territorio que abarcaba, en la segunda mitad del XVIII, casi una veintena de los actuales estados norteamericanos, desde Washington, en el extremo N.O. (el estado, no la ciudad capital), hasta Florida. En 1790, Nueva España tenía una superficie de siete millones de kilómetros cuadrados, repartidos entre Norte y Centroamérica y las posesiones españolas en Asia y Oceanía.


 ¿Y por qué dragón y por qué de cuera? Un dragón era, en origen y grosso modo, un infante a caballo que cumplía  patrullas, vigilancias, merodeo y exploración y que también asaltaba, emboscaba y hostigaba.

En el caso que nos ocupa, se trataba de una policía militar de frontera; si prefieres, carabineros, pues esa es el arma de un infante a caballo: una carabina. Sin ir más lejos, los míticos regimientos de las guerras indias estadounidenses -como el Séptimo- peleaban como dragones. No les quedaba otra; luchaban igual que sus enemigos: a salto de mata, a caballo, a pie y sobre sus barrigas, arrastrándose para una emboscada o en un acecho.

La cuera era un tabardo, por tanto sin mangas, de varias capas de pellejo recio. Originalmente cubría los muslos; en versiones posteriores se convirtió en un coleto, como es el caso del dragón que abre este artículo.

¿Cuál era la panoplia de estos soldados hispánicos de los desiertos y las llanuras del Lejano Oeste? Los dragones de cuera portaban escopeta, pistolas, espada ancha, lanza y una defensa que reforzó su pintoresquismo: un escudo bilobulado de origen andalusí, la adarga, suficiente para frenar los tomahawks y las flechas de los pieles rojas. En la ilustración de la izquierda disfrutarás de la extravagante -pero eficaz- combinación de una pistola y una adarga, empuñadas por un cuera de finales del siglo XVIII. En la imagen que sigue, puedes comparar el escudo del dragón con la defensa de cuero de un jinete hispano-musulmán, perteneciente al crepúsculo de Al-Ándalus, en el siglo XIV, cien años antes de que los Católicos tomasen Granada.



 

¿Empiezas a entender por qué toda esta parte de la Historia de España viene perfumada con el genuino sabor de la aventura? ¿Concibes la espectacularidad de tales imágenes en una pantalla, resueltas con lealtad histórica y eficacia comercial? Pues tengo más; en la próxima entrada sabrás más de estos dragones de cuera, originales centauros del desierto, a caballo entre la ficción de El Zorro y la salvaje realidad de los coyotes, de cuatro y de dos patas...


Continuará...



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