viernes, 2 de enero de 2015

EL SUBVERSIVO AROMA DEL CAFÉ


 

Tengo un propósito para el nuevo año (sí, yo también): hablar más del café en este blog. Después de todo, esta bitácora nació como apoyo promocional a mi primera novela publicada, El viento de mis velas, que lleva como subtítulo Peripecias de un empedernido bebedor de café. "Ya, lo de siempre por estas fechas -estarás pensando-. Arranque de jaca jerezana el 2 de enero y parada de mula vieja el 15". Si quieres jugarte algo, me lo cuentas en un comentario al pie de esta entrada; yo, de momento, empiezo hoy mismo...

Dijo Charles Maurice de Talleyrand (1754-1838) que el café había que tomarlo "puro como un ángel y dulce como el Amor", pero también "negro como el diablo y caliente como el infierno". A estas dos últimas condiciones me voy a agarrar, pues, a lo largo de su historia, la exótica infusión fue tomada, en muchas ocasiones y en naciones diversas, como un invento del demonio, aliento de conspiradores y -tal y como lo oyes- "de sodomitas". Ahí voy...


LA MECA, 20 DE JUNIO DE 1511

Por entonces, el café ya era una bebida más que popular entre los musulmanes. Debido a la prohibición coránica de beber vino, con algo tenían que soportar aquellos buenos infieles sus tiempos muertos. Pero el emir Jair Bey -de martes a martes hay aguafiestas en todas partes- se preguntó si el café se ajustaba a los dictados de Mahoma. Y eso que, por ejemplo, a los sufíes les parecía una magnífica herramienta de trascendencia espiritual. Después de consultar a los ulemas, la conclusión del emir fue que no, así que lo prohibió por decreto. Su decisión, revestida con aires de santidad y salud pública, tenía más que ver con que los cafés se habían convertido en foco de críticas contra su gobierno y en raíz de sedición. No era piedad, era orden público. Las plantaciones de café fueron destruidas y los cafetómanos perseguidos.

 
EL CAIRO, 1532

La prohibición del emir mecano se extendió, lógicamente, por la Umma, la comunidad de los creyentes. Veintiún años después de aquel edicto contra el café, el gobernador de Egipto tuvo que revocarlo, pues sus paisanos se rebelaron contra el bando. En 1630 había más de un millar de cafeterías en El Cairo, dotadas no solo del tentador grano, sino también de tableros de ajedrez, cojines, divanes y huríes de redondeados vientres y ojos hechiceros, tan negros como el café.


ROMA, 30 DE ENERO DE 1592

Tal día llega a la silla de Pedro el papa Clemente VIII. Para entonces, el café ya había entrado en Europa gracias a los mercaderes venecianos. El clero católico lo sentencia como "amarga invención de Satanás", en oposición al vino, santificado por Jesucristo en su última cena. Por eso urgen al nuevo pontífice a tomar una decisión sobre el diabólico veneno de almas, sobre el que esperan caiga una sentencia condenatoria. Su gozo en un pozo: tras probarlo, Clemente decide que "sería una pena dejar en manos de los infieles tan deliciosa bebida"; en consecuencia, la bautizó (algunos dicen que aquí nació el café americano):
"Venzamos y chasqueemos a Satanás dando nuestra bendición a esa infusión para hacer de ella una bebida verdaderamente cristiana"
La estimulante cocción fue muy bien recibida en las comunidades monásticas, por sus efectos sobre la vigilia.


LONDRES, 29 DE DICIEMBRE DE 1675

Mucho antes de que el té de las cinco se convirtiera en santo y seña de las mejores tradiciones inglesas -que incluyen la piratería, el colonialismo y la caza del zorro-, el café llegó a verdadera fiebre en una ciudad tan adicta a las modas como es Londres.

 
En 1652, un hebreo, Pasqua Rossé, abre la primera coffee house de la capital, cerca de la iglesia de St. Michael-Cornhill, en plena City. Veinte años más tarde, había más de tres mil cafeterías en Londres. Las mujeres tenían prohibida la entrada, pero podían atenderlas. ¿Te acuerdas de la buena dosis de hipocresía que llevó a la prohibición de las casas de café mecanas? Pues, aquí, tres cuartos de lo mismo. Agrupaciones de mujeres piadosas se lanzaron a degüello contra los cafeinómanos ingleses:
"Ese moderno, abominable y pagano licor ha convertido a nuestros esposos en eunucos e inutilizado a nuestros mejores galanes (...) No les queda nada tieso salvo las articulaciones, nada erguido salvo las orejas"
Pensándolo bien, igual no eran tan piadosas... A ellas se unieron los cerveceros ingleses y los taberneros cockneys, quienes veían peligrar sus negocios. Ante las presiones de los detractores del oscuro elixir, Carlos II firma un edicto de supresión de las coffee houses el 29 de diciembre de 1675, que entra en vigor el 10 de enero de 1676. ¿Qué se escondía, en realidad, tras la prohibición? Los cafés ingleses, con sus cafeteras, pipas y panfletos periódicos, eran conciliábulos disidentes, semilleros del liberalismo. No hay que olvidar que corrían los tiempos de la Restauración monárquica tras el paréntesis republicano de Cromwell y que las relaciones de Carlos II con el Parlamento fueron tirantes en muchas ocasiones. Como en El Cairo, la rebelión contra la norma llevó a su retirada.


ESTOCOLMO, 4 DE NOVIEMBRE DE 1756

Gustavo III de Suecia (1746-1792) mantuvo contra el té y el café una cruzada personal. Y no era equitativo, pues consideraba al segundo el peor de los venenos. Tal día de tal año promulgó una ley contra la planta del café, así, de raíz. Y para demostrar que estaba lleno de razón, el rey sueco planeó un experimento. Conmutó la pena de muerte de unos gemelos por la de prisión perpetua. Durante el resto de sus vidas, los hermanos comerían exactamente lo mismo, pero uno tomaría tres tazas de té al día y el otro tres de café. El primero en morir fue el rey, asesinado por nobles disidentes -¿habrían tomado café?-; luego murieron los médicos que atendían a los gemelos; a los ochenta y tres años murió el gemelo teinómano. Y sí, el cafetero murió el último. Aun así, la prohibición se mantuvo en Suecia hasta 1823.

Suecia salía por entonces de una guerra con Rusia, donde la policía zarista tenía orden de detener a toda víctima de una crisis nerviosa, por sospecha fundada de que hubiera tomado café. Uno podía perder la nariz, las orejas o un miembro por el único cargo de haberse tomado un cafelito. ¿Vendrá de ahí el cortao?

En general, el norte de Europa fue muy reacio a la implantación del café, quizá por influencia del puritanismo luterano, aunque también por el rechazo de los cerveceros. De hecho, y quizá por congraciarse con ellos, Federico II de Prusia, El Grande (1712-1786), dictó que su pueblo debía tomar cerveza, "tal y como han sido criados el rey y sus antepasados". Sin embargo, es verdad que despenalizó el consumo de café en su país, aunque lo gravó con impuestos y creó una división de rastreadores de café, que olían las calles y los edificios para encontrar a quienes cocieran ébano líquido; me recuerdan al rastreador de niños de Chitty Chitty Bang Bang... ¿Tienes edad para recordar esa película? Haz lo que te digo y no lo que hago, puede ser la conseja que defina la relación de aquel rey con el café, según su propio testimonio:
"Sólo tomo entre siete u ocho tazas por la mañana y una cafetera por la tarde"
Para más inri, se lo preparaban con champán, no con agua.


BOSTON, 16 DE DICIEMBRE DE 1773

Colonos americanos, vestidos y pintados como guerreros mohawks, arrojan al mar el cargamento de té de varios barcos de la Compañía Británica de la Indias Orientales, atracados en Boston. Manifiestan así su oposición a la subida de impuestos de dicho género. Es lo que se conoció como Boston Te Party, tomado como símbolo por la derecha americana. Cuentan que aquel motín se planeó en una coffee house, El Dragón Verde. El primer café bostoniano se abrió casi un siglo antes, en 1689.


 
Y hasta aquí el repaso por la ajetreada vida política del café. No voy más allá, a las revoluciones liberales europeas y a los cafés españoles del XIX, pues mi novela se desarrolla en la segunda mitad del XVIII. Sí te voy a dejar con una sentencia de Yago Valtrueno, su protagonista, que puede resumir lo que hasta ahora has leído. El pícaro coruñés lanza un desafío a la Madre de Todos los Poderes:
"Dormir es capitular ante la Muerte machacona, que todas las noches nos recuerda que algún día no volveremos del sueño. Ella es la que manda, y no Dios. Lo único que puede hacer ese judío viejo y huraño es crear más y más vidas para que la Parca las consuma en su hoguera eterna, como leños en invierno. Por eso amo el café, porque me mantiene despierto y se lo orino a la Muerte en la cara."


 

SI TE HA GUSTADO esta entrada, puedes votar por ella en el logo de Hispabloggers, justo encima de mi foto, en el ángulo superior derecho de esta página. ¡Muchas gracias por tu colaboración! Y, naturalmente, tus comentarios son bienvenidos.

¿QUIERES SABER MÁS SOBRE MI NOVELA?

No hay comentarios:

Publicar un comentario