sábado, 29 de agosto de 2015


Casaseca es autor de la novela La carne de Eva

"Una reflexión llena de humanidad sobre 

las clases sociales, el egoísmo y el poder".

A tu disposición en este enlace del Grupo Planeta:




EL AMOR HUELE A CAFÉ

Por Casaseca



 


A Felipe le gusta preguntar por cosas que ocurrieron antes de su nacimiento. Es curioso y atrevido. 

-Padre, ¿cómo supo usted que madre le quería? 

La familia entera está en la cocina. Es domingo, y han terminado de almorzar. Luis y Felipe permanecen sentados a la mesa. Esteban se dedica a secar los platos que previamente Margarita ha fregado en el cercano arroyo. 

El matrimonio se mira y sonríe. Entonces Esteban, volviendo a la tarea con la vista fija en el plato que seca, responde con voz pausada. 

-Por un pocillo de café. 

Los ojos de Felipe vuelan alto en busca del significado de lo que su padre acaba de decir, luego los fija en Luis con la esperanza de que su hermano mayor sepa la respuesta. No es así. 

-¿Se lo leyó en los posos la vieja Gadanha? -Insiste el pequeño. 

-Ya sabéis que yo vi nacer y crecer a vuestra madre -continúa Esteban como si nada-, que era yo un mozo cuando esta estrella negra vino a reinar sobre mi firmamento -Margarita le ha oído contar la historia cientos de veces, pero vuelve a quedar hechizada por las palabras de su marido como si esta fuese la primera vez-. Y un hombre hecho y derecho cuando vuestra madre empezó a ayudar en la cocina que regentaba Felisa. Y que me enamoré de ella la primera vez que la vi batir nata para hacer mantequilla.

Lo que Esteban calla es que el día en que vio a Margarita atareada en el menester de batir la pálida nata, no solo se rindió al amor, también se le extravió la vista persiguiendo una gota de sudor que fue a perderse entre la carne tersa que dibujaba el escote de aquella niña que ya no lo era. Y que el mismo latido que enloqueció a su corazón, sirvió también para secar su garganta y desbocar su entrepierna. 

-Pero lo que nunca os he contado es cómo hizo mamá para que yo supiera que ella también me quería. ¿Os lo cuento? 

Felipe gritó un sí tan largo como la siesta de un bebé. Luis se limitó a sonreír y a asentir con complacencia. 

-Cada día, tras el almuerzo, los incontables empleados de la carpintería hacíamos cola para que vuestra madre nos sirviese un café de pucherete que previamente había colado Felisa en la cocina. No sé cuanto tiempo estuvo esperando su oportunidad, nunca me lo ha contado. Solo sé que para llevar a cabo su plan tuvo que pagar sus buenos dineros a Dámaso, el padre del que es hoy el cartero de la comarca, esperar pacientemente a que le llegase el paquete desde Elvas, que es la primera ciudad al otro lado de la raya con Portugal y que es vecina de Badajoz, y armarse de paciencia hasta que un día vuestro padre fuese el último de esa larga fila. 

-¿Y qué fue lo que encargó madre? -Preguntó Felipe lleno de ansiedad. 

-Lo sabrás si me dejas contarlo. 

Felipe calló sin rechistar. El silencio que siguió fue redondo y sin resquicios. Idéntico en densidad y expectación al de una misa de difuntos. 

-Ese día, el día que supe que vuestra madre me amaba, yo fui el último de la larga cola. Cuando llegó por fin mi turno, le alcancé mi pocillo al lucero de mis noches, y ella, sin molestarse en mirarme, me lo quitó de las manos, y me dijo que ya no quedaba café, que me lo llevaría más tarde, cuando colase. Era la primera vez que pasaba algo así. Como no sabía qué decir, callé, di media vuelta y regresé al taller. Al cabo de una pequeña eternidad, un olor desconocido inundó el taller y me hizo levantar la vista en busca de su origen. Descubrí dos cosas: la primera, que todo el taller estaba tan in albis como el que os habla, y la segunda, que vuestra madre estaba de pie en la puerta que comunicaba la cocina con el taller, y me hacía gestos para que me acercase. 

-¿A qué huele? -Pregunté cuando la tuve al alcance. 

-Es el café que te he preparado. 

-Pero el café no huele así. 

-Te equivocas. Este y no otro es el olor del café. 

-Nunca me había olido así. Debe ser porque está recién hecho, ¿verdad? 

-Pues no. Es porque lo que has tomado hasta ahora no es café, sino achicoria. 

Tenía el pocillo caliente entre mis manos, pero no me atrevía a probarlo. Su olor era tan único, tan especial, que no quería perderlo. No quería beber aquel mágico brebaje y acabar así con la fuente de aquel aroma desconocido y seductor. 

-Bebe. 

-Sí, sí, ahora, pero déjame disfrutar un poco más de su contemplación. 

-Bébetelo ya -insistió con una sonrisa bailándole en la mirada. 

Me asomé al pocillo. De aspecto no era tan distinto a la achicoria que bebíamos a diario. Quizá algo más oscuro. Con el pecho encogido, besé con mis labios ignotos la fuente del saber. Me sentí como un Adán al que su Eva quiere sacar de las garras de la ignorancia para que entre ambos se enfrenten a un Dios que los hubiese preferido ingenuos, simples, felices… La intensidad de su sabor me traspasó. Los siguientes besos fueron cada vez más largos, menos dolorosos. Bebí con la nariz incrustada en el recipiente hasta que ya no quedó más que la ausencia de un nuevo entendimiento. Vuestra madre tomó el pocillo vacío de mis manos. Me miró en silencio, y se acercó un paso hasta quedar casi pegada a mi cuerpo. Su olor y el aroma del café se confundieron un instante. Luego retrocedió sin dejar de mirarme, dejando que yo lo entendiese todo a través del silencio de sus ojos. 

-¿Y qué fue lo que comprendió, padre? 

-Que me amaba, qué sería por siempre mi café y que ya nunca podría vivir sin ella.

¿Te ha gustado esta entrada de Casaseca? Pues la semana que viene cederé la batuta al maestro José Florentino Menéndez Álvarez. Café con gotas, digo con notas... ¿En qué estaría pensando?

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14 comentarios:

  1. Muy hermoso este relato. Huele a café y ¡cómo le tuvo que oler a Esteban en medio de aquella España de achicoria y pan con serrín!. Me ha encantado.
    Un abrazo.

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    1. Gracias. El olor del café es su mejor reclamo, no te parece. Cuántas veces hemos llegado a algún lugar persiguiendo un olor.

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  2. Muy bonita historia de amor. De cómo ella da el primer paso y lo demuestra con hechos propios, con el olor y el aroma y la mirada declarada, las intenciones abiertas, promoviendo el gusto del paladar...De cómo él sentencia esa lealtad futurible aceptando esa taza. El café como puente de los enamorados... Ha sido precioso!!.
    Un abrazo

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    1. Gracias. El café es un lazo de unión, es la compañía del solitario, la excusa de futuros amantes, el lugar común de la amistad, es bienvenida, es un adiós reposado...

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  3. Me ha gustado mucho. Coincido con Rosa y Marisa. Hueles el café, lo saboreas. Una bonita forma de declararse: no me lo digas con flores, dímelo con café.

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    1. Gracias. Las flores son cadáveres que aún no lo han comprendido, el café es la resurrección.

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  4. Maravilloso relato. Me ha embrujado desde la primera línea. Enhorabuena por esa historia. Fundir el olor de la persona amada con aquéllo que puedes beber, oler, paladear, sentir, es magia pura. El café huele a amor igual que el amor huele a café. Precioso.

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    1. Gracias. El café no sería lo que es sin su aroma. El café nos besa desde la distancia mucho antes de que alcancemos a verlo.

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  5. Precioso. Me ha transportado a mi infancia y los relatos maternos en los que pocillo, café de manga e, incluso, achicoria y carpintería estuvieron muy presentes. Sólo falta la boroña, je je je. Saludos.

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    1. Gracias. Los viajes del aroma a café son siempre al pasado. Por cierto, la borroña está ahí, en el mismo rincón dónde guardas el resto de recuerdos.

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  6. Fantástico. Consigues que contemplemos lo que el personaje narra desde su recuerdo. He recordado incluso el olor a café, café de cuando era mucho más pequeña.
    Con tus relatos no sólo nos envuelves con los protagonistas sino que nos abraza una nostalgia alegre que nos provoca una sonrisa conforme nos adentramos en la lectura. Eres muy grande. Sigue así

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  7. Yo también he revivido niñez, sus aromas y recuerdos, su café de calcetín, la malta para los niños. Y algún amor más inconfesable que declarado... Buenas palabras.

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    1. Gracias. Leer es revivir. Y escribir es resucitar. Si lo he conseguido, estoy contento.

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