sábado, 23 de enero de 2016

GUIRIS CON PUÑETAS


El Gazel



"El español pide limosna regañando"


Este blog tiene un lema que puedes ver en su cabecera: "Y es que trescientos años no es nada". ¡Oooobvio, ché!, lo saqué del tango de Carlos Gardel: Sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada... Y es que mientras me documentaba para El viento de mis velas -la novela, no el blog- caí en cuánto se me parecía la España de hoy a la del siglo XVIII. Por eso he querido darle una vuelta a esta entrada de GUIRIS CON PUÑETAS que hoy te traigo. Por una pura cuestión de protocolo -con toda propiedad-, primero te presento al invitado...

En 1766, Sidi Hamet al Gazzali, flamante embajador del sultán de Marruecos, Mohamed III, presentó sus cartas credenciales a Su Majestad Carlos III de Borbón, rey de las Españas. El tercer Mohamed magrebí se sentó en el trono entre 1757 y 1790; pertenecía a la dinastía que, a duras penas, unificó el país, la alauí, establecida en 1631 y reinante todavía. Y digo a duras penas porque siempre les costó mantener la paz con las belicosas tribus beduinas y bereberes.

Nada más llegar a la corte madrileña, el embajador al Gazzali se tuvo que someter a una de nuestras más españolísimas costumbres, la de castellanizar su nombre en un pispás, por eso se quedó en El GazelGazel dejó por escrito en una serie de cartas las impresiones de su misión en Madrid. Valdrá la pena, ya que estamos en eso, que empecemos por el idioma. Y retomo la novedad que te anunciaba: a cada uno de los ítems de aquel diplomático extranjero de hace tres siglos, le haré corresponder una noticia actual. Así podrás evaluar si tengo razón o no al decir que tres siglos no son nada...

El marroquí tuvo la ayuda inestimable de un cicerone cuyo nombre te ofreceré al final. Se trataba de un hidalgo ilustrado, defensor de las ciencias frente al escolasticismo dominante en España; con lo que este le cuenta, el embajador manda a la corte del sultán un completo dossier con sabrosas descripciones del carácter español.

Así supo Gazel que el castellano estaba invadido por galicismos, muy traídos y llevados por petimetres, pisaverdes y lechuguinos, trufado con "los caprichos, invenciones y codicias de sastres, zapateros, ayudas de cámara, modistas, reposteros, cocineros, peluqueros". ¿Te va sonando?


"Mi nuevo jefe de cocina es divino, él viene de arribar de París", se burla el nuevo amigo del embajador, que critica así la importación de la gastronomía francesa, amparada por los Borbones. Y añade que, por entonces, se habían disparado los caprichos de la cocina foránea entre los frugales castellanos, y que el gasto que se hace en los fogones pone a algunas casas a la altura de las tabernas.



Al hilo de la burbuja gastronómica dieciochesca, Gazel intenta explicar a sus compatriotas magrebíes qué entienden los europeos por lujo: la prédica insensata del lujo "empobrece a los españoles, persuadiéndoles ser útil lo que les deja sin dinero". Dado que no hay en aquella España de Carlos III una industria tan pujante como, verbigracia, la británica, el lujo "siempre le será dañoso, pues la esclaviza al capricho de la industria extranjera".





No escapan a la tiranía consumista los poderosos de la España de Gazel, pues son esclavos de la moda: "Beben café de Moca en taza de China vendida por ingleses; tiene modistas de París, peluquero francés, vajilla gala, óperas italianas, tragedias francesas y, al final del día, rezan en estos términos: Doy gracias a que todas mis operaciones de hoy han salido dirigidas a echar fuera de mi patria cuanto oro y plata ha estado en mi poder".



El ilustrado que le abre los ojos al embajador le advierte de que "todo lujo es dañoso, porque multiplica las necesidades de la vida, emplea el entendimiento humano en cosas frívolas y, dorando los vicios, hace despreciable la virtud, siendo ésta la única que produce los verdaderos bienes y gustos".

Tal y como sospechaba el corresponsal madrileño de Gazel, la importación de vicios y barbarismos contribuye a la decadencia del "carácter hispano". En cuanto al idioma, hoy como entonces, podemos concluir que el castellano es plastilina en manos de quien necesita una herramienta con la que no pillarse los dedos ni pringarse: directores de campaña, asesores políticos, directores de comunicación, jefes de prensa, mercadotécnicos, comerciales de todos los grados, relaciones públicas de todo pelaje, políticos vacuos, abogados retorcidos, periodistas rendidos y/o vendidos, cocineros narcisistas...

Unos necesitan votos, otros necesitan ventas, otros hinchar sus egos pigmeos, otros audiencias que vender a los anunciantes y todos ellos miman y consienten a una ciudadanía cada vez más pueril con tal de que los prefieran sobre la competencia. Por eso un ciego, o un sordo, o un parapléjico -palabras que no juzgan- pasaron a ser "personas discapacitadas" -palabras que sentencian- y desde hace un par de horas -y es riguroso- "personas con otras capacidades", ¡como lo oyes! Es el fresquísimo neologismo que compra voluntades y soborna a la inteligencia, otro flamante tetris idiomático que acumula sílabas al buen tuntún, la última pamplina para brunches con música étnica y café de precio justo con leche de soja sin edulcorar, elaborada -las cosas ya no se "fabrican"- con habas no transgénicas.



El amigo español de Gazel -volvemos al siglo XVIII- se quejaba con amargura de la muchedumbre de pedantes sin bozal: "Los españoles del día parecen haber hecho asunto formal el de humillar el lenguaje de sus padres. Los traductores e imitadores de los extranjeros son los que más han lucido en esta empresa. Como no saben su propia lengua, porque no se sirven tomar el trabajo de estudiarla, amontonan galicismos, italianismos y anglicismos". Propone que los cursis se congreguen en rebaño anual, definan el castellano de la siguiente temporada y lo vendan impreso con este título:
Vocabulario nuevo al uso de los que quieran entenderse y explicarse con las gentes de moda, para el año de mil setecientos y tantos y siguientes, aumentado, revisto y corregido por una sociedad de varones insignes, con los retratos de los más principales.
Hoy añadiríamos "y varonas". Ya no era necesario estudiar el arte de la expresión ajustada y digna: "Con saber unas cuantas docenas de voces largas de catorce o quince sílabas cada una, y repetirlas con frecuencia y estrépito, se compone una oración". Y claro, con estos antecedentes... ¡con Cervantes hemos topado, Sancho!




Así le contaba el buen hidalgo a Gazel cómo se despreciaba en su propia nación al Príncipe de los Ingenios: "Cuando veo que Miguel de Cervantes ha sido tan desconocido después de muerto como fue infeliz mientras vivía, pues hasta ahora poco no se ha sabido donde nació...". Hasta 1752 no se encontró la partida de bautismo del escritor en la parroquia complutense de Santa María la Mayor. Y no porque estuviera oculta, sino porque a nadie le importó un bledo hasta que llegaron los ilustrados. De esa ingratitud con la Historia, general en Europa, "solo se salvan los ingleses, que levantan monumentos a sus héroes en la misma iglesia que sirve de panteón a sus reyes".

Igualito que el desprecio con el que se ha tratado en nuestro siglo la investigación sobre los restos de Cervantes en la iglesia madrileña de las Trinitarias, que ha servido para que más de uno, desde las cabañas o desde los palacios, hiciera burla. Y si desprecio te parece fuerte, usa ignorancia. Hasta un ayuntamiento, el de Madrid, donde Cervantes vivió, creó y pasó a mejor vida, se equivocó al grabar el título de una de sus obras...






El propio embajador marroquí no da crédito a la mezquindad del alma hispana: "Apenas ha producido esta península hombre superior a los otros, cuando han llovido miserias sobre él hasta ahogarle". De ahí, entre otras causas, el atraso de las ciencias en España: 
"¿Quién puede dudar que procede de la falta de protección que hallan sus profesores? Hay cochero en Madrid que gana trescientos pesos duros, y cocinero que funda mayorazgos; pero no hay quien no sepa que se ha de morir de hambre como se entregue a las ciencias".
Y Gazel remacha:
"En todas partes es, sin duda, desgracia, y muy grande, la de nacer con un grado más de talento que el común de los mortales; pero en esa península es uno de los mayores infortunios que pueda contraer el hombre al nacer". 
Tales insensatos, necios y lunáticos talentosos, juguete de Fortuna, merecen ser llamados, con todas las de la ley, héroes, pero en su acepción original, que fue la de seres extraordinarios que sufren penalidades en beneficio de su gente y que, casi siempre, tienen un final trágico: "Son como aventureros voluntarios de los ejércitos, que no llevan paga y se exponen más".



En las cartas de Gazel con sus corresponsales hay cuatro tópicos que explican la decadencia española: el desprecio por la Ciencia, las guerras que libraron los Austrias, la emigración a las Indias y, cómo no, la división nacional desde la Guerra de Sucesión que puso a los Borbones en el trono vacante. Sobre este último punto, el embajador marroquí alaba la industria y laboriosidad de los catalanes, "pero parece estar aquella nación a mil leguas de la gallega, andaluza y castellana. Sus genios son poco tratables, únicamente dedicados a su propia ganancia e interés". En otro punto de su correspondencia justifica la separación entre españoles:
"Por causa de los muchos siglos que todos estos pueblos estuvieron divididos, guerrearon unos contra otros, hablaron distintas lenguas, se gobernaron por diferentes leyes, llevaron diversos trajes, en fin, fueron naciones separadas, se mantuvieron entre ellos ciertos odios, cierto desapego".



¡Ajá!, los políticos, no importa la época: distintos tahúres, mismos trucos. Y en este siglo no hemos inventado la pólvora, por mucho que nos demos aires. Mira con que tino e inteligencia se refiere a ellos el guía madrileño de Gazel:
"Con el mismo tono dicen la verdad y la mentira. Mudan de rostro mil veces, más a menudo que de vestido. Tienen provisión hecha de cumplidos, de enhorabuenas y de pésame. Poseen gran caudal de voces equívocas; saben mil frases de mucho boato y ningún sentido. Han adquirido a costa de inmenso trabajo cantidades innumerables de ceños, sonrisas, carcajadas, lágrimas, sollozos, suspiros y (para que se vea lo que puede el entendimiento humano) hasta desmayos y accidentes. Viven sus almas en unos cuerpos flexibles y manejables que tienen varias docenas de posturas para hablar, escuchar, admirar, despreciar, aprobar y reprobar, extendiéndose esta profunda ciencia teórico-práctica desde la acción más importante hasta el gesto más frívolo".


Hay una condición postrera en el orden de mi entrada, pero constante en las cartas de Gazel, que contribuye con redoblada energía a la decadencia de aquella España: el orgullo hidalgo, aunque más bien deberíamos hablar de soberbia y vanidad, incluso de chulería y fanfarronería. Junto con el lujo y la frivolidad, una epidemia de titulitis se abate sobre la nación: "Don es el amo de una casa [...] don el mayordomo; don, el ayuda de cámara; doña, el ama de llaves". Por eso, por la arrogancia heredada de los tiempos de la Reconquista y de la conquista de América, Gazel concluye que "el alemán pide limosna cantando, el francés llorando y el español regañando". Cuanto más villanos, más señoritos.




Puñetero el guiri, ¿eh?... ¡Qué jodío! Catorce kilómetros de estrecho y, si molesto, me quito de en medio. Lástima que ahora te tenga que contar la verdad. Aunque seguro que ya te habrás dado cuenta del truco, ¡no esperaría menos de ti!, ¡claro que no!... No hay ningún guiri en esta entrada salvo el que aparece al principio. Como te lo cuento.

Es verdad que a la corte de Carlos III llegó un embajador marroquí que se llamó al Ghazzali y al que apodaron El Gazel. Y hasta ahí la Historia. Quizá José Cadalso se inspiró en este personaje real para dar cuerpo al protagonista de su novela epistolar Cartas marruecas, que también se llama Gazel y que es miembro de una ficticia legación marroquí. La obra no escapa, desde luego, a la influencia de las Cartas persas de Montesquieu; ambas orean las más viejas y oscuras estancias de sus naciones y tienden al sol los cobertores que cubren sus pecados. Es un modo sibilino de tirar la piedra y esconder la mano: me disfrazo de moro y pongo a caer de un burro a unos paisanos que no son los míos. Sí, he dicho moro, que viene de mauri, nativo de la antigua provincia romana de Mauretania Tingitana, tomando Tingis como el nombre latino de Tánger.

El Gazel ficticio de Cadalso que hoy te traigo tiene dos corresponsales, su padre, Ben Beley, y el hidalgo -sin don- Nuño; entre ellos intercambian noventa cartas en las que ofrecen al lector las opiniones del escritor sobre el carácter español. Cartas marruecas fue primicia en el Correo de Madrid, periódico que las publicó por entregas en 1789. En 1793 fueron por fin encuadernadas en la imprenta de Sancha. Ambas ediciones son póstumas, pues Cadalso murió en el asedio de Gibraltar de 1782. La metralla inglesa lo mató siendo todavía joven; consolémonos creyendo que le evitó la vergüenza, dado su patriotismo ilustrado, de ser testigo del bochornoso reinado de Carlos IV y del derrumbe definitivo de una nación en la que, en un tiempo, no se ponía el sol. Y a ti te pido disculpas por este truco de tahúr, pero, a estas alturas, ya me deberías ir conociendo... ¡Feliz semana!


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6 comentarios:

  1. Pues sí, socio, cuánto se parece. Pasé muchos años en hemerotecas, dejándome en diarios viejos y en microfilmes la poca vista que me quedaba y llevándome, a cambio, un montón de documentación, nuevas amistades y un airoso encogerme de hombros ante las noticias de actualidad. "Eso ya lo he leído", pienso, a menudo, ante lo que se supone que es la noticia del día. ¿Y cuándo lo leí? Pues, a lo mejor, en un periódico del siglo XIX o de comienzos del XX que, como señalas, volvía ya sobre unos pasos que podían rastrearse en el XVIII... y antes. Qué manía tenemos de repetirnos, ¿verdad? Qué empecinamiento.

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    1. "Airoso encogerme de hombros"... Pues sí, y sonreír con verdadero cinismo. Somos como cabrones en celo, dándonos los mismos testarazos desde que el mundo es mundo. ¡Qué me vas a contar!, tantos años trabajando en esos mismos periódicos, de los que huí cuando me dí cuenta de que eran como el Día de la Marmota. ¡Buen fin de semana, Carmen!

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  2. Muy buena entrada. Leí las "Cartas marruecas" hace... bueno, hace mucho tiempo. Era lectura obligada en Historia de la Literatura y la cogí con pocas ganas, la verdad, pero me fui animando y me acabó gustando muchísimo. tristemente tuve la misma impresión de estar leyendo un periódico del día anterior (o del siguiente, para el caso), pero yo, ilusa de mí, lo achacaba al hecho de acabar de salir de cuarenta años de oscurantismo. Si me llegan a decir que a 2016 íbamos a estar igual, me corto un poco las venas (mucho no, que uno se muere por eso).
    Un beso, amigo.

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    1. Tal cual, tal cual. Yo las he recuperado con un poco de mala intención y el tiro me ha salido por la culata, porque el resultado es desalentador. Muchas gracias, Rosa, y un beso.

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  3. "Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo.Lleva siglos queriendo destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido" Mariscal O. Bismarck
    Estas palabras del Mariscal refuerzan más si cabe la visión de Gazel a través de su correspondencia. Por algo se dice "Spain is different". Hay cosas que nunca cambian. Excelente entrada, José Juan

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    1. Mientras redactaba esta entrada, me acordaba de esa cita. Sí, parece mentira que aún tengamos un país. Muchas gracias por tu comentario, Carmela.

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