lunes, 24 de noviembre de 2014

¡MAMÁ, MAMÁ, ME HAN HECHO UNA ENTREVISTA!





Ana y Sofía, las chicas de MI SALA DE LECTURA, sí que se han adelantado a El Corte Inglés (esta mención va de mi bolsillo, pero que no sirva de precedente) y a Papá Noël. Contradiciendo eso de que nunca segundas partes fueron buenas, vuelven a regalarme un espacio en su blog. Si el primero fue una ficha de autor novel, la sinopsis de El viento de mis velas y un comentario, esta vez se trata de una entrevista. La tenéis justamente en este enlace y, como ya digo bastante en ella, ahora mismo me callo:

http://www.misaladelectura.blogspot.com.es/2014/11/hoy-entrevistamos-a_22.html

¡Regracias, chicas!



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jueves, 20 de noviembre de 2014

CON LO RENTABLE QUE ES 

LA HISTORIA (con mayúsculas)...


 

Hoy me voy a dar el lujo de empezar con un tópico. Un tópico es a la creatividad lo que una patada al caldero es a una dieta de adelgazamiento. Al caldero de acelgas, claro. Cuando estás harto de disciplina, te comes la primera porquería que pillas. Eso es un tópico para un escritor, creo yo.

Pues ahí va: tenemos Historia en España como para haber trabajado todos haciendo películas y series históricas en vez de inflar la burbuja inmobiliaria y las cajas B de los partidos y, a mayores, abrir enotecas (al ritmo que se abren, yo creo que no son de vino blanco, sino del blanqueado). Si hubiéramos cambiado una burbuja por otra (porque al final la codicia lo infla todo), tendríamos corruptos más guapos que los que sufrimos. ¿Te has fijado en que la mayoría de ellos son más feos que Picio y más babosos que Jabba the Hutt? No dan en cámara ni los buenos días... Te concedo que Bárcenas tenga un aire a Stewart Granger, pero hasta ahí.

   

¿Por qué los gringos, con poco más de doscientos años de Historia, producen y producen películas y series sobre aventuras antiguas y nosotros apenas hemos empezado? Por presupuesto, me dirás. Sin duda, por eso también. Pero yo creo que el peor obstáculo es la pompa que nos gastamos por aquí, que es pedantería en los que leemos y suficiencia mal calibrada en los que no. Me da en la nariz que los españoles, en cuanto tenemos un título y algunas lecturas, nos volvemos de un elitismo insoportable y vacuo. Como diría Yago Valtrueno, el protagonista de El viento de mis velas: "Aprendemos antes a levantar la punta de la nariz que a sonarnos los mocos".

En España, los historiadores aún están decidiendo si los que nos dedicamos a la novela histórica merecemos la horca o un balazo. En el mundo anglosajón, en cambio, abundan los historiadores que producen obras de este género y son, justamente, los que tienen más claro que lo suyo es un producto editorial. Nosotros, herederos de los hidalgos de tripas vacías, aún creemos que lo comercial es propio de villanos y de judíos. De eso se aprovecharon los luteranos, creadores de un Dios que solo reparte gracia a los ganadores.

También me dirás que no hacemos más ficción histórica porque ya no hay una nación que nos incluya a todos. Bueno, los americanos tienen a los tejanos y lo mismo filman películas de romanos -Peplum- que la defensa de El Álamo -Western-. En ambos casos, para más inri, se meten en lo nuestro: Roma invadió Hispania y el Imperio Hispánico colonizó el Sur y el Oeste de los Estados Unidos. No tenemos excusa.

Es verdad que el panorama está cambiando. Yo creo que desde Curro Jiménez no se aprovechaba tanto nuestro pasado para obtener audiencia y ganancias. Los más viejos recordaréis también a Diego de Acevedo, con un jovencísimo Paco Valladares interpretando a un oficial español en plena Guerra de la Independencia (por recordar estas cosas se me ve la edad). Saltando el abismo de los años, ahí están las recientes Águila RojaHispania o Isabel, que tendrá continuación con su nieto, Carlos I.

  Me parece alentador, me pongo a aplaudir como una foca cuando leo que esta o aquella productora se están planteando una serie histórica. Y me alegro con todas las consecuencias, incluidas las del escaso rigor. Colegas, tenéis que hacer un poco más de caso a los asesores históricos y no dejaros llevar por las veleidades de un realizador o de un productor ejecutivo. La carabelas de Colón, que eran, en realidad, dos carabelas y una carraca, no pueden recortarse al contraluz contra la catedral de Cádiz, que es del siglo XVIII, tal y como pasó en Isabel (ver foto de cabecera). Tampoco se nos puede ir la olla con que secuestren a Felipe IV en Águila Roja (la Película) o que el hijo del protagonista lleve unos quevedos que parecen de Tchin Tchin Afflelou. Y qué decir de los cascos de los legionarios romanos de Hispania -dando agua en la imagen-, alquilados a la producción de Gladiator -foto de la izquierda- y tan mal ubicados en la serie como en la película. Me dirás que un casco romano es un casco romano y punto. Pues no. Los Tercios de la Legión actual no llevan los morriones de los Tercios de Flandes, así como los legionarios republicanos que lucharon contra Viriato no tenían los mismos uniformes que sus colegas imperiales de tres siglos más tarde, aquellos con los que Marco Aurelio, el emperador de Gladiator, derrotó a los germanos. Los cascos históricos los tienes abajo; los de la serie y la película, si me apuras, parecen borgoñotas del XVII.


  

 

 

En fin, que por aquí nos gastamos mucho liríli cursi y poco leréle de provecho. Y me alegra una barbaridad que seamos capaces de cambiar para ser más linces de los negocios históricos y un poco menos ratones de biblioteca. Soy de esos ingenuos que piensan que la curiosidad se puede aletargar en el ser humano, pero se muere con él y no antes. Por eso creo que popularizar nuestra Historia llevará a más españoles a querer conocerla y a entender el presente como ciudadanos adultos. Y, dicho esto, me voy a escribir la carta a los Reyes Magos...


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lunes, 17 de noviembre de 2014

GRACIAS A "MI SALA DE LECTURA"


 


Una de las delicias de manejar un blog propio es la de poder dar las gracias a quien te hace el favor de difundir tu trabajo. Al fin y al cabo, para eso formamos comunidades, y no solo para expresar nuestro malhumor, para sacar al pequeño führer que llevamos dentro o para compartir vídeos de gatitos.

Después de que El Escritorio del Búho y Páginatrece dedicaran un espacio a este blog y a mis obras, las chicas de MI SALA DE LECTURA se han añadido a mi "grupo de apoyo" en Internet. Ana y Sofía, las creadoras y mantenedoras de ese blog, se declaran "comprometidas con los autores noveles". Yo doy fe de su objetivo; y no creáis que es fácil: una de ellas, Ana, comparte esta tarea con las mil y una que acarrea el ser madre reciente. Como testimonio de ese empujoncito que me regalan, ahí va la ficha de autor que han abierto a mi nombre, con la correspondiente sinopsis de "El viento de mis velas" y un comentario sobre ella.


¡Muchas gracias, chicas!


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miércoles, 12 de noviembre de 2014


SUENAN CENCERROS EN PALACIO (y 2)




     ¿No te has enamorado, aunque solo fuera por un verano, de un primo o de una prima carnales a quienes no veías más que en vacaciones? ¡Qué desazón, qué genuino pecado, qué ganas de rebozarte en lo prohibido (¡Prohibidísimo!)! ¿Acaso no besaste a su mejor amigo, a su mejor amiga, con los ojos cerrados, saboreando el beso como si se lo estuvieras dando a tu tierno pariente?

     ¿Y por qué no nos atrevimos la mayoría a dar ese paso y a perder pie en el abismo, aferrados a una rama rota del Árbol del Bien y del Mal, es decir, de la Sabiduría? Pues por la maldición que los adultos echaban, vigilantes de nuestros juegos púberes, sobre tan definitivo, por incestuoso, pecado: "Los hijos de los primos hermanos salen subnormales [sic]". Sin embargo, los óptimos de entre nosotros (tal condición se les suponía a emperadores y reyes) se aparearon entre ellos a lo largo de la Historia, desde los hermanos faraónicos a los primos borbónicos. Por eso decía yo en la primera entrega de esta entrada que lo mismo Letizia Ortiz que Kate Middleton (en la imagen), un par de plebeyas, han entrado en los tálamos de sus respectivos y regios esposos con el vigor de un par de bebidas energéticas: para dar alas a los esmirriados genes de tan endogámicas dinastías.

      Esa endogamia propia de las familias reales europeas dejó sin herederos a los Austrias españoles y nos condujo a la Guerra de Sucesión y al reciente referéndum, consulta o sesión vermú de Reus en Cataluña (discúlpame, pero son los nacionalistas de allá los que no dejan de repetir que de aquellos polvos vienen estos lodos...). El cambio de dinastía en aquella España todavía imperial no modificó -más bien reforzó- el apareamiento intramuros, lo que llevó a un vademécum inacabable de enfermedades del cuerpo y, desde luego, del alma. O de la mente, como quieras. Ya te hablé de la melancolía y la satiriasis del quinto Felipe. Prefiero satiriasis (y ninfomanía) a hipersexualidad porque los dos primeros resuenan a mitología y el tercero a lejía de hospital y a comunicador pedante (son una plaga). Poesía contra cursilería.

     El primer borbón español tuvo dos sucesores. Su primogénito Luis, el único en la Historia de España, conocido como El Bien Amado, que fue coronado en 1724. La viruela lo mató antes de cumplir un año de reinado. Es de ley decir que se fue, pero se fue suave, dada su fama de putañero, fruto de la proverbial lascivia de su apellido. Lo casaron con una pariente suya, Luisa Isabel de Orleáns, que sufría lo que hoy llamamos TLP: Trastorno Límite de la Personalidad, es decir, a medio camino entre la neurosis y la psicosis. Eran de órdago las andanadas de eructos que podía lanzar, por darse el gusto, no por gases, en actos cortesanos. Es recordada por su exhibicionismo desenfrenado y por ser una alegre dipsomaníaca.

     Al morir Luis, su padre volvió a reinar -muy a su pesar- hasta su muerte. Le sucedió, en 1746, Fernando VI (en la ilustración). De él dice Yago Valtrueno, el protagonista de El viento de mis velas, que prefería "la peor de las diplomacias a la mejor de las guerras". Su prudencia quizá tuviera que ver con el trastorno bipolar heredado y con la hipocondría: era más aprensivo que el Licenciado Vidriera. En una ocasión intentó suicidarse con unas tijeras, que luego esgrimió contra quienes pretendían impedírselo. Otras veces pedía veneno a sus médicos y armas a sus guardias, siempre con la extremada intención de matarse. Caía en ciclos dolorosos de ayuno y gula desenfrenada -¿anorexia y bulimia?- acompañados de terribles estreñimientos que hacía más crueles sentándose sobre muebles que le sirvieran, por su perfil y dureza, "de tapón".
 
     Ya, ya, ya sé que no he mencionado nada sobre su vida sexual. Pues ahí va: padeció priapismo, otro evocador nombre traído de los mitos. Príapo era un dios menor, fértil y fálico, permanentemente empalmado; lo que en él era bendición, es tortura en los mortales, por eso el rey prudente llegó a aliviarse en su esposa durante la agonía -real, no figurada- de la pobre mujer.

     Y por fin llegamos a Carlos III, con el que daré por finalizado este repaso a los cencerros palaciegos. No por falta de interés en Carlos IV y en su hijo, Fernando VII, quien rayó en la psicopatía, sino porque el primer volumen de las aventuras de Yago Valtrueno no llega tan lejos. El rey alcalde estaba poseído por otra de las obsesiones de su linaje: la caza (de bestias, se entiende). Se dice que era el más sano de todos, pero su falta de empatía raya en lo morboso: tal era su afición cinegética, que no le pesó estar ausente en el funeral de su hijo, el infante Javier. "Bien -dijo-, ya que nada puede hacerse, debemos llevarlo con resignación". Y, con las mismas, salió a matar conejos. Ciento sesenta y siete años más tarde, María de las Mercedes de Borbón-Dos Sicilias sufría los dolores del parto del futuro Juan Carlos I. El Conde de Barcelona había salido, y no por los nervios, sino para matar fieras en un safari. No se le puede culpar: el crío nació sietemesino. Mientras aquel Borbón, heredero sin trono, pegaba tiros en África, los españoles se mataban a tiros en la batalla de Teruel. Franco ganó y los Borbones, saltándose uno, recuperaron su endogámica, gozona y cinegética corona.


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