sábado, 4 de julio de 2015

CITA EXPRÉS

Lord Byron


 

"Clavo, canela y azafrán 
lo echan a perder"


Lord Byron murió en Grecia. Y por Grecia. No le quedó otra: en Inglaterra no tenía dónde caerse muerto; y no porque Fama y Fortuna le fueran esquivas, sino porque una sociedad que corría como loca a enajenarse con la mascarada moral victoriana no le cedería (y así fue) una parcela donde enterrarse a gusto. Comparado en su patria con Nerón y Calígula, George Gordon Byron (1788-1824) partió al exilio en el sur soleado, vivaz y carnoso, lejos de las pieles de lenguado hervido de sus compatriotas.

Al llegar a Italia, se puso a enredar con los antisistema que conspiraban contra la tiranía de Austria. Aquellos revolucionarios -los carbonari- triunfaron en el Reino de Nápoles en 1820, pero un año más tarde los aplastó la Santa Alianza: Austria, Rusia y Prusia (¡qué obsesión!). En 1823, Los Cien Mil Hijos de San Luis (todos bastardos, por los resultados) hicieron lo propio con los liberales españoles y repusieron en el trono al repulsivo Fernando VII. ¿Por qué será que, al contar todo esto, no se me va de la cabeza la dichosa Troika?

Poca mella hizo en Byron el desánimo, pues, mientras el brazo armado del absolutismo europeo domeñaba el sur latino, los griegos se habían alzado en 1821 contra el Imperio Otomano, su dueño desde la caída de Constantinopla (echa cuentas...). Surgieron entonces muchos helenófilos europeos y americanos que se tomaron aquello no como una cruzada, sino como la defensa legítima de la herencia clásica de Occidente. Así los arengó Luis I de Baviera:
"Europa tiene una deuda enorme con Grecia. A los griegos les debemos las Artes y las Ciencias".
Se conoce que eran otros tiempos... En cuanto Byron supo del alzamiento, allá que se fue: ¡¡¡Al rescate de Grecia!!! Reunió dinero, compró bastimentos para los insurrectos y se hizo con un bergantín que levó anclas en Génova. No era la primera vez que el poeta viajaba a Grecia; estuvo allí cuando emprendió el viaje iniciático por Europa de los jóvenes aristócratas ingleses: el Grand Tour, entre 1809 y 1811. Aquella ocasión le inspiró el más famoso de sus poemas: Las peregrinaciones de Child Harold (1812-1818). Tan gran impresión se llevó en la cuna de Occidente que llegó a sentenciar: "Soy poeta porque así me ha hecho el aire de Grecia".

Tras arribar a la isla de Cefalonia, Byron concluyó, a las primeras de cambio, que el principal enemigo de los griegos no era Turquía, sino los griegos mismos. Como las antiguas polis helenas, siempre a la greña salvo cuando asomaban los persas, la revolución se difuminaba entre una miríada de señores de la guerra atrincherados en las montañas. Unos defendían el SÍ a los turcos y otros, claro está, el NO.

 Lord Byron se puso a las órdenes de uno de aquellos caudillos, Alexandros Mavrokordatos, para el que reclutó y financió una tropa de medio millar de hombres. Ambos planearon marchar sobre Mesolongi, amenazada por los turcos, pero un cabecilla rival, Theodoros Kolokotronis (abajo, a la izquierda), consiguió amotinar a la hueste del poeta: los persuadió de exigirle más dinero al inglés por liberar su propia nación.

Abatido por el cainismo imperante en el bando griego, Gordon se retiró. Sus mercenarios (no merecían otro nombre) fueron bloqueados a las puertas de Mesolongi por otro bandolero griego, este aliado con los otomanos, Georgios Karaiskakis (a la derecha), al que apoyaba la flota del sultán.

    

Presa de la decepción y el desánimo, Lord Byron sufrió un episodio epiléptico, agravado con vértigos y espasmos pectorales. Contra la opinión del poeta, sus médicos lo sangraron hasta sacarle dos litros de sangre. Unas fiebres, quizá malaria, vinieron a rematar el trabajo de los matasanos el 19 de abril de 1824. Con el sentido del drama propio del pueblo que lo inventó, los griegos, aun divididos, guardaron veintiún días de luto por el inglés que luchó por su independencia, que no llegaría hasta 1827. ¡Ah!, también pidieron su corazón, pero los ingleses se negaron y, a cambio, les dejaron los pulmones.


 
"¡Oye!, pues muy entretenido esto que me cuentas (o no), pero ¿y el café?"... Pues por todas partes, siempre que haya turcos de por medio, como bien podrás imaginar. Lo cierto es que Byr on menciona la oscura cocción en algunas de sus obras, pero siempre con aroma oriental. Lógico: a tales alturas del siglo, el té había destronado al café en el gusto de los británicos. Mediado el XVIII, las coffee-houses inglesas eran un monopolio masculino; de ellas nacieron los exclusivos clubes para gentlemen. Pero las mujeres y las familias empezaron a frecuentar los jardines públicos de té, hierba más fácil de preparar, conservar y adulterar, o sea, más barata. Para entonces, la Honorable (¡me parto!) Compañía Británica de las Indias Orientales ya había conquistado el Indostán, monopolizado el comercio del té y conseguido la protección de la Corona para su importación y consumo. Por si fuera poco, en las colonias inglesas no se producía café, así que tenían que importarlo, si aún lo querían, de Holanda y Francia. So, ¡Bye, bye, Mr. Coffee!

Entre su extensa y "escandalosa" producción poética, Lord Byron alumbró una versión del mito de Don Juan no solo exótica, sino también antípoda a la clásica: el seductor no seduce, sino que es seducido. Hay en sus versos, repartidos en diecisiete cantos, numerosas menciones cafeteras, quizá por llevar la contraria a otra costumbre más de su nación. En el Canto III encontrarás la cita que abre esta entrada:

Y la baya de Moca, de Arabia pura,
en tacitas de China llegó al fin;
en afiligranados platos, la mano asegurada,
del calor protegida, los sujetaba.
Clavo, canela y azafrán con el café a cocer;
de ese modo, lo echaban a perder.


 
Como Byron, los gourmets cafeteros actuales considerarían esa mezcla un sacrilegio, claro. El caso es que las peripecias del Don Juan de Byron empiezan cuando huye de Sevilla porque una mujer casada se encapricha de él. Se embarca, naufraga y es el único superviviente de una tripulación abocada a la antropofagia. Acaba en una playa griega, donde Haidée, la hija del pirata Lambro, lo rescata; pero los hombres de su padre lo venden al sultán de Constantinopla. En el Canto VI detalla el despertar del Comandante de los Creyentes:

Y después de las obligadas abluciones,
Según la levantina fe,
Y las oraciones y otras pías evoluciones,
Bebe, al fin, seis tazas de café.

Hábito que, según el Canto XVI, se repite al anochecer: "La tarde palidece y el café aparece". En el Canto IV, Lambro separa a Don Juan y Haidée y esta, preñada del galán, muere de pena; en un alto en la enumeración de las desgracias que las mujeres le traen a Don Juan, Byron afirma que el café y el té "nos hacen más graves", al contrario que otros licores. En el XIV, insiste en sus virtudes:

Cuando tus asuntos se tuerzan, en uno y otro sentido,
Vete a una coffee-house, y tómate uno más.

En otra de sus obras, Beppo, a Venetian Story (1817), el desarragaido poeta vuelve a traer a colación el licor arábigo:
"Entraron y pidieron café. Lo trajeron. Un brebaje para turcos y cristianos, aunque lo preparen de dispar modo"
Es obvio que el denso café turco, que Kulczyki coló y aclaró en Viena, que Madame de Sévigné saboreaba au lait, que Pietro Della Valle mezcló con vino y que los ingleses nunca supieron hacer, nada tenía que ver con los cafés cristianos. Salvo en un caso: eso que te dan en los restaurantes griegos como su café -europeo y ortodoxo-, ni lo es ni lo fue. Tras cuatro siglos de dominación otomana, los que griegos y turcos toman hoy, mal que les pese, es la misma poción. Incluso el cacito en el que se prepara, en Atenas o en Estambul, es el mismo, y con las misma letras: ibrik en turco, briki en griego.


 
¿Y si todos aprendiéramos esa lección, otra más que el café nos regala, y atendiéramos a los placeres que nos unen en vez de a las miserias que nos separan? ¿Eeeeeeeeeeh? Pues ahí te lo dejo, con una humeante taza del café que tú prefieras, para que te entretengas este fin de semana...

Si quieres conocer las aventuras de Lord Byron en Sevilla en brazos -o casi- de una mujer de bandera, puedes visitar esta entrada de GUIRIS CON PUÑETAS, un nuevo proyecto de El viento de mis velas en el que repaso las opiniones sobre España de viajeros de los siglos XVIII y XIX:
http://vientodemisvelas.blogspot.com.es/2015/11/guiris-con-punetas-lord-byron-1-las.html


SI QUIERES LEER LA ENTRADA ANTERIOR DE ESTE BLOG: 


¿TE HA GUSTADO ESTA ENTRADA? Eso me haría feliz; si es así, puedes votar por ella en el logo de HISPABLOGGERS, justo sobre mi foto. Muchas gracias por tu colaboración y por tus comentarios, claro.

¿QUIERES PROBAR MI NOVELA CON AROMA DE CAFÉ?

¿TE ATREVES CON UNA SÁTIRA DE LA TELEVISIÓN?