CITA EXPRÉS
Jean Anthelme Brillat-Savarin
"La dueña de la casa
cuidará del café,
y el dueño, de los vinos"
cuidará del café,
y el dueño, de los vinos"
Si yo fuera uno de esos chefs del postureo que colman pantallas y portadas, ya habría entregado mi alma a Glotus, Patrón de la Gula y Maestresala de las Cocinas del Infierno -que prepara exquisiteces como para chuparse las pezuñas-, con tal de conseguir un pellizco de la fama postrera de Jean Anthelme Brillat-Savarin (1755-1826).
"¿Y para qué demonios van a querer más fama de la que ya tienen?", te preguntarás. Pues, para empezar, porque la suya tiene fecha de caducidad, me temo. Y porque al bon vivant francés solo le hizo falta un libro para entrar en la posteridad, mientras los nuestros se matan a gasificar cocretas, deconstruir almóndigas, garrapatear recetarios, guías y artículos, conceder entrevistas, presentar realities, humillar a concursantes, fundar fundaciones y levantar la ceja ante quienes nos fisuramos de risa las costillas por sus bufonadas. Y todo sin ninguna seguridad de que pasado mañana vayan a tener más consideración que el resto de frivolidades rentables de estos años bobos (pero crueles).
Y ya que hablamos de la guillotina, a musiú Juan Anselmo hay que reconocerle que fue un hombre de criadillas, fuera y dentro de las cocinas. En 1793, el jurista Brillat-Savarin, alcalde de Bellay, se opuso con energía a la imposición del Terror revolucionario en su ciudad, su cuna. De ahí que tuviera que huir a Suiza para que no lo metieran en una caja; ¿qué tendrá Helvecia que allá todo empieza o termina con unas cajas? Más tarde lo encontramos en los flamantes Estados Unidos, dando clases de francés y tocando el violín en una orquesta neoyorquina en vez de cocinar, quizá porque se olió que aquello sería el paraíso del fast food. El hombre pensaría que si que hay que ir, se va, ¡pero ir pa'ná!
El inmortal gastrónomo dejó establecido que el café había de presentarse ardiendo en la mesa, por eso alguien tenía que vigilar su preparación, como exigía el quisquilloso Kant. Tal labor se la encomienda Savarin a la señora de la casa, quien debe, además, ocuparse de la calidad del grano, misión más sutil que la de elegir los vinos, que es una tarea para la que jamás faltarán catadores que juren que les hizo la boca Baco. Es verdad que, si te fijas, a todo el mundo le parecerá infame un banquete regado con malos vinos, pero nadie se preocupará de la calidad de la infusión que lo cierra. Injusto desdén, pues el café es la rúbrica que sella ese tratado de paz que los seres humanos firmamos con la vida cuando nos sentamos a bien comer y a mejor beber. ¡Salud, pues, para las dueñas competentes que no dejan el café en malas manos!
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